sábado, 18 de abril de 2009

Capítulo Nº Treinta y Uno.

Huésped.


Desperté llena de sudor en la frente. Al parecer había tenido un tormentoso sueño del cual ni me acordaba. Ni intente en recordarlo. Eche un vistazo hacia la ventana, aun estaba a oscuras. Me gire para sentarme. A un costado de la gran cama había un velador, y sobre el una nota junto con una pequeña bandeja cuadrada que supuse que era mi desayuno. Alabe a Jeremy por su generosidad y atención. Tome la pequeña tarjetita de color blanco. Estaba escrito con un lápiz de tinta negra suavemente. La letra de Jeremy era legible y perfecta.

Cathlen, fui a hacer unas compras. Y a buscar el descapotable, se que lo necesitaremos. Llegare para la hora del almuerzo. Disfruta el desayuno y disculpa mi ausencia.

Te Quiero, Jeremy.

Valla, ¿a que quería referirse cuando dijo que sabia que necesitaríamos el descapotable?, ¿es que acaso ahora Jeremy sabia leer mentes al igual que Dilan?, o era simplemente intuición. Bueno cualquiera que sea la razón, se equivocaba. Solo yo lo necesitaría. Pues a el lo borraba de todo esto. Mire la bandeja que tenía a mi lado. Jeremy había preparado mi desayuno preferido. Huevos revueltos, junto con jugo de naranja natural. Me levante de la cama. Era muy temprano para desayunar y por lo demás, no tenía apetito. Salí de la habitación y decidí vagar por la casa, para conocerla aun mejor. Camine por el angosto y largo pasillo, abriendo todas las puertas que se encontraban a mi paso. Solo había muebles y más muebles, estos estaban cubiertos por sabanas blancas. Sacado de una película de terror. Apenas divisaba las sabanas cerraba la puerta bruscamente. Imaginaba que algo saltaría. Llegué al final del pasillo donde se encontraba una puerta muy diferente a todas las demás, era más vieja. La abrí sigilosamente, pero esta crujió por la antigüedad. Me encontré con una estrecha escalera en forma de caracol. Sin pensarlo y con los pelos de punta subí. Llegue a una habitación que supuse que pertenecía al entretecho, algo así como una ático. Más bien parecía una biblioteca, estaba llena de libros cubiertos de polvo. La oscuridad era eminente, encendí la luz con el interruptor. Pero aquella luz no era de mucha ayuda. Aquel lugar era calido, en comparación con el resto de la casa luego de la ausencia de Dilan. Me era agradable. Me senté en una mecedora que se encontraba cerca de un escritorio. Mientras echaba un vistazo por aquella habitación oscura. Un chirrido bajo provino de un armario al otro extremo de la habitación.

- ¿Anda alguien ahí?,- dije parándome de la mecedora.

No hubo respuesta ni ruido. Me dispuse a salir y bajar las escaleras. Esto me estaba empezando a dar miedo. Di un paso vacilante y sentí como alguien me observaba. Me voltee cuidadosamente, y detrás del armario apareció un menudo anciano de canas. Tenía una diminuta joroba en su espalda y en sus manos tenia un bastón.

- Tu... ¿tu eres Cathlen cierto?

Asentí perpleja.

- ¿Y tu eres...?,- dije algo dudosa.

- Colin. Colin Lauper.

- Oh, mucho gusto señor Lauper.- la verdad es que no sabía por que trataba con cordialidad a un hombre desconocido que se encontraba en casa de Dilan. Pero sentí la necesidad de hacerlo por su edad y por que aquel hombre me proporcionaba confianza.

- Oh muchacha dime Colin, olvida lo de señor,- soltó una carcajada junto con una tos tremenda.

- ¿Se encuentra usted bien?,- dije preocupada mientras me acercaba a el. El lanzo una mano al aire para pararme.

- Si si no te preocupes hija.

Aquel hombre era amable.

- Bueno y...- no sabía que decirle. Me hubiera gustado tener el valor para preguntarle que era lo que hacia ahí, o como había llegado, pero estaba ahí, inmóvil y acobardada.

- Oh debes preguntarte que hago aquí-, volvió a soltar una risa.- discúlpame. Soy un fiel amigo de mi muchacho, de Dilan.

Abrí los ojos de par en par.

- De Dilan,- dije mientras el corazón me palpitaba deprisa. Pero luego callo, al recordar que aquella persona que hacia que mi corazón saltara de alegría ya no estaba. Unas lágrimas cayeron por mi mejilla.

- Oh, no no, muchacha no llores. Un ángel como tu no merece llorar.

Mi cuerpo cayó al suelo, despreocupado. No me importaba el dolor, a fin de cuentas no sería más doloroso de el que ya estaba sintiendo. El anciano se acerco a mi y se arrodillo frente a mi dejando su bastón en el suelo,- El no esta muerto,- prosiguió mientras me acariciaba un hombro con su suave mano.

Levante mi rostro para mirarle. ¿Pero que era lo que me decía?

- ¿Como sabe usted eso?,- pregunte con una pizca de petulancia en la voz y una esperanza que palpitaba vanamente por mi cuerpo.

- No lo se,- admitió el anciano como para si mismo,- solo se que lo se, porque lo siento aquí...- llevó su mano hacia su pecho, donde se encontraba su corazón.- Me lanzo una sonrisa iluminada y luego imito el sonido de su corazón.- Pum pum pum pum. Ves... el esta vivo.

Lo mire con enfado. ¿Es que acaso me estaba jugando una broma?

- No juegue conmigo,- le dije furiosa mientras me limpiaba los ojos húmedos por el llanto.

- No lo hago hija mía. Como lo haría,- dijo mientras me acariciaba la mejilla con su suave mano.- No lo quite pues estaba calida y me era cómodo... me hacia recordar a Dilan cuando me acariciaba. Cerré los ojos mientras suspiraba para controlar mis lágrimas desbordadas en mis ojos.

- Tranquila niña, todo estará bien... ya lo veras. Dilan, mi muchacho es fuerte. Si mi viejo y desgastado corazón sigue latiendo es por que el suyo también.

No entendía que era lo que me decía. ¿Que tenia que ver su anticuado corazón con la vida de Dilan? ¿y que hacia ahí?, ¿Porque sabia mi nombre?... ¿Y porque me consolaba? Sentía que para aquel anciano Dilan era algo más que su fiel amigo, debido a como se refería a el… Dilan, mi muchacho. Todo era tan extraño y un montón de preguntas me invadían, pero no tenía el coraje de mencionar ninguna. Solo seguía inmóvil en los brazos de aquel desconocido, que parecía que nos conociéramos de toda una vida. Me sentía segura en su regazo y su voz era como una oleada de cariño y ternura que no comprendía…